18/2/08

MI CHICO MALO

Un sábado tranquilo en Miami escribo una columna recordando con cariño a Sofía, la madre de mis hijas, y diciendo que siempre la voy a querer y que cuando ella cumpla cuarenta años en abril la llevaré a París.
No le mando la columna a Martín porque sé que no le va a gustar. Martín y Sofía no se conocen ni se quieren conocer. Martín me pide que le mande la columna. No se la mando. Me hago el tonto.
Tampoco le mando la columna a Sofía. Prefiero que la lea el lunes en el periódico.
Cuando despierto el lunes, encuentro dos correos electrónicos.
El de Sofía dice: “Me has hecho llorar como una niña”.
El de Martín dice: “¿Pensabas que si no me mandabas la columna iba a ser tan tonto de no leerla? Claro, si me consideras un revolcón y a Sofía, el amor de tu vida, seguramente no esperabas que tuviera un par de neuronas para entrar a internet y leer esa mierda que escribiste. Tan tonto no soy. La tonta es Sofía, que desperdició su vida con vos. Yo por suerte todavía no cumplí treinta. Dentro de unos años sólo serás un mal recuerdo. Adiós”.
Regreso a la cama y sigo durmiendo. Desde que uso los inhaladores, duermo mejor.
Al despertar, le escribo a Martín. Le digo que escribí esa columna sin ninguna mala intención hacia él. Le digo que lo hice por cariño a Sofía, no porque lo quiera menos a él. Le digo que él no es un revolcón para mí, que lo amo hace años y que nunca amé a nadie como lo amo a él. Le explico que escribí que el amor está en las pequeñas cosas y no en los revolcones como una manera de decir que a Sofía la sigo queriendo a pesar de que ya no nos acostamos. Le pido perdón por lastimarlo. Le digo que lo extraño y que venga pronto a Miami y que comprenda que siempre voy a querer a Sofía pero es otro tipo de amor, un tipo de amor que no lo amenaza.
Martín me escribe: “Yo no te amo y no te extraño. Estoy harto de vos”.
Al día siguiente le escribo preguntándole si puedo llamarlo. Me responde: “Es mejor que no me llames”.
Llamo a Sofía y hablamos de las niñas pero no me dice nada de la columna.
Le escribo a Martín diciéndole que escribiré una columna sobre él. Me responde: “No escribas nada. Ya es tarde. Siempre piensas primero en Sofía. Esta vez me ha dolido mucho y no lo voy a dejar pasar”.
Cada día que pasa sin oír su voz es un día triste y vacío. Ya me acostumbré a llamarlo todos los días y preguntarle si durmió bien, si fue al gimnasio, dónde almorzó, qué comió, si vio a su mamá y a su sobrina, cómo está quedando el departamento de su mamá, qué pasó con el vecino que le dejó una nota a su mamá diciéndole “calla a ese perro de mierda o te voy a denunciar”, por qué su mamá le dejó una nota diciéndole “da la cara, gordo cagón”, por qué su mamá no regala la perra a alguien que tenga una casa.
Los días pasan en silencio, sin saber de él. No debo llamarlo. Me lo ha dicho: “Estoy harto de vos. Ya no te amo”.
Yo todavía lo amo, creo que siempre lo amaré. No me resigno a imaginar mi vida sin él.
Alguna gente dice que el amor no se puede explicar. Yo puedo entender por qué amo a Martín. Creo que hay un buen número de razones para amarlo.
Es el mejor amante que he tenido, el que más placer me ha dado.
Es el cuerpo que más he deseado, el que mejor se ha enredado con el mío.
Es un hombre de pocas palabras. Detesta a las personas que hablan mucho.
En el acto del amor dice palabras sucias, brutales, que uno no sospecharía de él.
Amo verlo bailar. Es un espectáculo que me provoca inmenso placer.
Le gusta dormir solo. No puede dormir a mi lado.
Le gusta ir al cine solo y en función de matiné.
No le interesa la política. No habla de política.
Odia viajar en avión. Prefiere quedarse en casa.
Detesta a los niños ruidosos, incluyendo a los niños ruidosos de su familia.
No tiene barriga. No tiene rollos. No tiene panza. No tiene grasa. Es flaco y duro.
Mide diez centímetros más que yo. Es realmente alto.
Es un gran jugador de fútbol. Juega mucho mejor que yo. Es rapidísimo. Tira la pelota hacia delante y no lo alcanza nadie. Corre como una gacela.
Amo verlo jugar fútbol, casi tanto como verlo bailar.
Sus mejores amigos son heterosexuales.
Duerme con medias.
Me encanta el olor de su ropa después de dormir.
Le gusta Miami pero no tanto como Madrid y nunca tanto como Buenos Aires, su ciudad.
Ama a su madre. No puede vivir lejos de ella. Vivían a sólo cuatro cuadras. Le compró un departamento para vivir a una cuadra. Se ven todos los días. Se adoran. Se cuidan. Se pelean. Se dicen todo. No hay secretos. Yo también amo a su madre. Creo que ella me quiere o que ya se resignó a mí.
Se echa en el piso a escuchar música mirando el techo.
Se echa en el piso a escuchar un programa de radio de una locutora vulgar y divertida.
Se molesta cuando lo toco caminando por la calle.
Puede ser muy bueno como puede ser muy malo y esos cambios son impredecibles. Puede ser muy atractivo cuando es muy malo.
No es religioso pero tiene estampitas religiosas y a veces reza sin ninguna convicción.
No le gusta mirar fútbol, sólo le gusta jugarlo. No ve fútbol en televisión. Cuando juega la selección de su país, quiere que pierda para que los adictos al fútbol sufran.
Es la persona más obsesivamente limpia que he conocido.
A pesar de que tiene cuerpo de modelo, le gusta leer, siempre está leyendo algo.
Se ríe de mí. Dice que tengo mal gusto. Dice que soy “un aparato”. Casi todo el mundo le parece “un aparato”. Lo amo cuando me dice: “Sos un aparato”.
Es intenso, paranoico, inseguro, autodestructivo. Sus hermanos le dicen que está loco. No está loco, pero a veces puede parecerlo. Y cuando lo parece, lo amo más.
No le importa que yo tenga trece años más que él, nunca le importó. Cuando le preguntan si es mi hijo, dice que sí.
Escribe con placa dental para no morderse la lengua. Si no se pone la placa dental, es capaz de morderse hasta hacerse daño.
No tiene ningún interés en conocer a toda mi familia. No tiene ningún interés en volver a Lima.
Adora a mis hijas, les compra regalos, las acompaña a comprar ropa de tienda en tienda, las espera pacientemente mientras ellas se prueban de todo, les carga las bolsas, nunca se cansa, nunca se queja, me deja sentado en un café con diarios y revistas y se va con ellas, ningún otro chico en el mundo haría eso por mí.
Lo amo por todas esas razones y por una más: Porque siempre soñé con un chico malo como él y pensé que ya era demasiado viejo para encontrarlo y de pronto apareció y me permitió conocer esa forma de amor que mi educación y mi familia me prohibían pero que mi corazón me urgía a probar.
Y lo amo por una razón más: Porque a veces me dice Jaimín.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jaime es un genio, uno ra ro pero genio al fin uno de esos que nacen sin q la gent se den cuenta que escribe al igual q respira jaime cuando publicas otra novela?????????????

Anónimo dijo...

Magnifica parte: "y de pronto apareció y me permitió conocer esa forma de amor que mi educación y mi familia me prohibían pero que mi corazón me urgía a probar".

Anónimo dijo...

Es admirable como sin ninguna duda alguna reconoce el amor hacia otro hombre estando en una sociedad tan machista, cucufata e hipocrita.
Describir ese amor con hechos reales y hacerlo sentir solido y existente es grandioso ... y es q no es fantasia ... es real!