Camila cumple quince años y no tengo un regalo, pero eso no importa, porque ella sabe cuánto la amo, con qué orgullo y admiración la contemplo, qué fácil y natural me resulta ser feliz y reírme a su lado. Su regalo formal es una laptop nueva que me ha pedido y le traeré pronto de Miami y no pude traerle ahora porque tuve que llevarle a Martín a Buenos Aires la laptop que dejó en mi casa en Miami y no podía viajar con dos laptops. Por suerte Cami es comprensiva y me dice que no hay apuro y que si le doy su regalo de quince en Navidad estará todo bien, pero yo le prometo que en dos semanas vuelvo a Lima con la laptop que me ha pedido.
El regalo oficial, que ya le fue concedido, fue un viaje a París con su madre y su hermana Lola, y con prescindencia de mí, a explícito pedido suyo, que tuvo la sabiduría y la franqueza de decirme que dicho viaje se haría espeso, agrio y fatigoso si yo, que ando siempre bostezando y tomando pastillas para dormir, las acompañaba muy a su pesar. Sin duda tenía razón y mi ausencia multiplicó infinitamente la felicidad que mis tres chicas lindas hallaron en las calles, parques, museos y cafés de París, pero especialmente en las tiendas de ropa, allí donde, como ellas bien saben, no tengo paciencia para esperarlas.
El regalo oficioso o implícito o que viene por añadidura es la fiesta de quince, que ha provocado ciertas discusiones domésticas. Mi posición ha sido en esto intransigente: la fiesta se hará de todos modos, aunque Camila no quiera. Esa prepotencia moral tiene una explicación digamos sentimental: hace poco más de un año, una amiga argentina murió de cáncer antes de cumplir los treinta años y me dijo, cuando le quedaban pocas palabras, que aquello de lo que más se arrepentía en la vida era no haber hecho una fiesta de quince. Me hizo prometerle que les haría fiestas de quince a mis hijas aunque ellas no quisieran. Prométeme, me dijo. Porque si no hacés la fiesta, después te pasás el resto de tu vida pensando cómo hubiera sido tu fiesta, que es lo que me pasó a mí.
No ha sido difícil convencer a Camila de hacer la fiesta, lo complicado ha sido ponernos de acuerdo su madre, ella y yo en el lugar y las circunstancias en que dicha fiesta habrá de ocurrir. Camila no quiere que la fiesta sea en su casa, que es la casa de su madre, porque yo no tengo casa en Lima, yo duermo en hoteles, y tampoco quiere que sea en un hotel, dice que le parece una huachafería, y tampoco quiere que sea la típica fiesta de quince en la que la agasajada parece un florero con tacos y su padre baila un valsecito con ella y todo es dramáticamente triste, previsible y vulgar. Camila quiere una fiesta pequeña, relajada, informal, con sus mejores amigas y amigos, y en una discoteca con aire libertino, no cualquier discoteca, una de moda, que ella y sus amigas ya eligieron, por supuesto. Sofía, su madre, ve con espanto la idea de que la fiesta se haga en una discoteca (y en esa discoteca de malandrines), pero luego, negociando con el dueño, apenas Sofía advierte que tendría todo el sector vip, que no es pequeño, para hacer una fiesta paralela con sus amigas y amigos, sus reparos morales se deshacen y de pronto le parece genial celebrar los quince de Cami en esa discoteca mientras ella celebra sus guapísimos cuarenta años detrás de las cortinas vip y entre ríos de champagne que mitiguen, si acaso, la pena del esposo que no tiene (pero del amigo que sí encontró en mí, y que por supuesto no estará en ese sector vip ni en ninguna parte de la discoteca, porque ese día estaré en Vancouver visitando a mi querido hermano Javier, hombre bueno y noble si los hay, y a sus bellísimas Nicole y Joanne, que hacen la familia más linda que mis ojos miopes han visto en mucho tiempo).
Por suerte, el dueño de la discoteca es un muchacho amable y encantador, que no pierde la sonrisa y los buenos modales para decirme, calculadora en mano, que la fiesta me costará más o menos como otro viajecito a París, pero todo sea por el consejo que me dio mi amiga antes de morir: si Camila no hace la fiesta, se pasará la vida arrepentida. Superados los odiosos asuntos del dinero (que implican la revisión minuciosa, billete por billete, de todos los dólares, y el consiguiente rechazo de algunos por parte de sus asistentes), y sellado el acuerdo con un apretón de manos, anuncio, para consternación de Camila, Sofía y el dueño, que no permitiré que se fume o beba alcohol en toda la discoteca, incluyendo el sector vip. Mi anuncio es repudiado violentamente por mi hija, su madre y el anfitrión. Se me explica que los muchachos a cierta edad ya toman sus cervezas y que si hacemos una fiesta y sólo servimos limonada y coca-cola humillaremos vilmente a mi hija. Se me hace entender que algunos de los chicos que irán a la fiesta suelen fumar (que es lo que yo hacía a esa edad), y que habrá un patio al que podrán salir a fumar, de modo que no intoxiquen a los no fumadores. Me queda claro, sin embargo, que Sofía (que fumó a escondidas los ocho años que estuvimos casados, sin que yo me diese cuenta) fumará en su sector vip sin salir a ningún patio a congelarse. Se me hace entender, por último, que la seguridad de la fiesta se ocupará de que ningún muchacho consiga tomar más de dos cervezas en ningún caso, para lo cual les pondrán unas cintas de papel en la muñeca a las que perforarán un pequeño agujero cada vez que se les entregue una cerveza. Se me promete que todo saldrá bien y no habrá escenas de vandalismo ni pandillaje y que nadie caerá en coma alcohólico ni desflorará a una ninfa embriagada. Resignado, ruego a los dioses que protejan a mi hija esa noche para que todos se diviertan sanamente y bailen con frenesí esos ritmos patibularios que están de moda y para que nadie se emborrache y haga escenas violentas ni vomite sobre los pechos de mi hija. Dios, no te lo pido por mí, que nada merezco por dudar de tu dudosa existencia: te lo pido por ella, por Camila, por sus quince, porque todo lo que pasa esa noche después no se olvida, según me dijo mi amiga antes de morir.
El destino quiso que Sofía me diese una hija que yo no quería tener, que la llamase Camila porque así lo tenía pensado hacía años, que Camila me educase en el amor, las risas, la ternura y la felicidad, que mis mejores quince años sean sus primeros quince años y que la noche que hará su fiesta yo no pueda estar con ella porque es la única noche que nos pueden alquilar la discoteca y yo ya había comprado el pasaje para estar esos días con mi hermano Javier en Vancouver. Pero Camila, tan bella, tan fuerte, tan espléndida y honesta, tan buena amiga, me dice: No te preocupes, papi. Mucho mejor que te vayas de viaje. La fiesta saldrá bravaza si tú no estás. Lo mejor es que dejes todo pagado y te vayas. Porque si tú estás, empiezas a fregar con el humo y el trago y el volumen de la música. Así que ándate a Vancouver nomás, pero no te olvides de dejar todo pagado.
27/8/08
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3 comentarios:
Me cae bien tu hija, y me caes muy bien tu cuando escribes cosas bonitas como estas.
Bss.
olaa q tal.. siempre veo tu programa y me haces kagar de risa jaja es muy chevre.
yo trabajo en esa discoteka bueno no es cualkier disco es un lounge. y bueno es solo para gente mayor..
yo trabajo en barra y ese dia trabaje en el cumpleaños de camila.
los chikos se comportaron bien pero hubo algunos q no!! jajjaa hubo uno q se vajo el pantalon y altoke se lo subio.. mande a uno de los de seguridad para q le digan q no sta permitido hacer eso!
y el chiko no lo volvio hacer.. menos mal por q si no salia de las orejas jajaja.
estuvo chevre la fiesta se les dio a cada uno una cinta y tenian q tener 3 agujeros ( cada agujero valia un trago)
cocteles virgenes, gaseosas, jugos, agua eran gratis..
lo q si me dio risa fue q vi a chikos de 11 años creo o 10 años y los demas eran pues de 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17..
bueno todo fue manejado muy bien. y no hubo peleas ni gente hebria..
suerte y exitos..
yo trabajo en esa discoteka bueno no es cualkier disco es un lounge. y bueno es solo para gente mayor..
yo trabajo en barra y ese dia estuve . en el cumpleaños de camila.
los chikos se comportaron bien pero hubo algunos q no!! jajjaa hubo uno q se vajo el pantalon y altoke se lo subio.. mande a uno de los de seguridad para q le digan q no sta permitido hacer eso!
y el chiko no lo volvio hacer.. menos mal por q si no salia de las orejas jajaja.
estuvo chevre la fiesta se les dio a cada uno una cinta y tenian q tener 3 agujeros ( cada agujero valia un trago)
cocteles virgenes, gaseosas, jugos, agua eran gratis..
lo q si me dio risa fue q vi a chikos de 11 años creo o 10 años y los demas eran pues de 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17..
suerte...
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