14/1/08

PADRES QUE PIERDEN EL CONTROL

Los Cóndores, Lima, 1974. Mi hermana y yo hemos corrido a escondidas hasta la bodega de la esquina. Nos han fiado chocolates, bebidas y helados por casi treinta soles. El señor de la bodega apunta en su cuaderno lo que nos ha fiado. Sabe que mi padre le pagará. Mi hermana y yo sabemos que lo que hemos hecho está mal, pero confiamos en que mi padre pagará la cuenta sin advertir que hemos sacado dulces furtivamente. Nos equivocamos. El señor de la bodega le informa a mi padre que nos ha fiado cosas ricas. Es un sábado a mediodía. Mi padre no está de buen humor. Lleva en la mano un aerosol para matar insectos. Pierde el control. Dispara el aerosol contra nosotros. Mi hermana y yo nos quedamos tosiendo, frotándonos los ojos. Después nos reímos. No estamos arrepentidos. Un chocolate fiado es más rico que uno pagado.
Caraz, Perú, 1976. Sofía y sus dos hermanos han viajado diez horas por carreteras malas hasta llegar a la casucha que su padre ha construido frente al río. Cuando quieren verlo, tienen que llegar hasta allí. Su padre ha jurado que no volverá más a Lima. Antes de irse a la sierra, ha quemado todos sus documentos y le ha regalado su auto a su mejor amigo. Sofía tiene siete años, es la menor de los tres hermanos. Quiere a su padre, pero esa casucha llena de arañas, sin colchones, sin luz eléctrica, en la que cocinan a duras penas las cosas que recogen del huerto, le da miedo. Sofía y su hermana tienen que traer agua del río para cocinar y lavar. La llevan en bateas y baldes de plástico. Como pesa mucho, la llevan sobre sus cabezas. Pero un día el balde con agua se le resbala a Sofía y cae al piso. Su padre pierde el control. Le grita, la castiga, la obliga a sentarse en una piedra sobre el río. Sofía está aterrada. Piensa que si el río viene más cargado, se la llevará. Se queda sentada en una piedra sobre el río la hora entera que su padre la ha castigado.
Los Cóndores, Lima, 1979. Una vez más, mi hermano ha conseguido burlar la seguridad de mi madre y abrir sus cajones secretos, allí donde guarda el dinero. Mi madre, harta de las fechorías de su hijo, pierde el control. Lo lleva a rastras a su baño, lo mete a la ducha con ropa y abre el agua fría. Mi hermano es pequeño, pero muy fuerte. Grita, se defiende a empellones. Mi madre me llama a gritos, me pide ayuda. Trato de sujetar a mi hermano, pero es inútil, se resiste, nos empuja, es más fuerte que nosotros, no podemos con él. Mi madre grita: ¡Una ducha helada es lo que necesitas para portarte bien! Terminamos empapados los tres. Mi hermano llora, humillado. Seguirá abriendo los cajones que no debe. Ninguna ducha será suficiente para calmarlo.
Mar del Plata, 1985. Martín, sus padres y hermanos han alquilado una casa en Los Troncos y bajado a la playa del Ocean a pasar el día. Inés, su madre, reparte sánguches y bebidas entre los chicos. De pronto sopla un viento fuerte que levanta arena. Martín muerde el pan con jamón y queso y siente la arena en su boca, entre sus dientes. Escupe el pan arenoso. Es un asco, dice. Está lleno de arena. Su padre le grita: ¡Te vas a comer el sánguche! Martín protesta: ¡Pero está lleno de arena! Su padre pierde el control: ¡No me importa! ¡Te comés la arena también! Martín come llorando el pan arenoso.
Buenos Aires, 1987. Martín no quiere ir a jugar rugby. Su padre es fanático del rugby y quiere que Martín lo sea también. Pero Martín odia golpearse con otros chicos persiguiendo una pelota, no le encuentra sentido. Su padre le dice que irá a jugar rugby y punto. Martín todavía está lastimado por el partido del domingo anterior. Su padre pierde el control. Lo lleva a empujones hasta el autobús del equipo de rugby y, con todos los amigos de Martín mirando desde sus asientos, sube a su hijo a empujones, a la fuerza. Martín llora, humillado. Ni siquiera la discreta contemplación de sus amigos desnudándose en el camarín compensará los dolores de la paliza que recibirá en la cancha por un juego que no entiende y le parece ridículo.
Disneyworld, Orlando, 1998. Camila no quiere subir al carrusel. Está cansada, quiere volver al hotel. Sofía, su madre, tiene ilusión de subir con Camila al carrusel y se siente frustrada de no poder hacerlo por culpa de un capricho de su hija en ese primer viaje familiar a Disney. Sofía insiste en que deben subir al carrusel. Camila se niega. Sofía me pide que suba a Camila a la fuerza. Me niego, le digo que ya subiremos otro día, que la niña está cansada y quiere irse. Sofía pierde el control. Carga a Camila violentamente y la sienta en una caballito del carrusel, a pesar de que la niña llora y patea y trata de bajar. El carrusel comienza a moverse. Los niños parecen felices, saludan a sus padres. Pero Camila llora, furiosa, humillada, mientras su madre la sujeta, impidiéndole bajar.
Buenos Aires, 2008. Augusto, el hermano de Martín, trata de armar un carrito a pilas para su hijo Samuel, un niño de cuatro años. Están en el club de rugby, es un sábado de mucho calor. Samuel se impacienta, le pide a su padre que se apure, que quiere jugar con el carrito. Augusto trata, hace su mejor esfuerzo, se desespera, no consigue hacer funcionar el carrito a pilas. Samuel llora, le exige el carrito. Su padre pierde el control. Arroja con todas sus fuerzas el maldito carrito contra el piso, haciéndolo trizas.
Buenos Aires, 2008. Max y su pequeña hija Carlita salen de la piscina del club de rugby. Max ha dormido mal, está irritado, tiene mala cara. Nos vamos, dice. Pero Carlita quiere quedarse en el club con sus amigas. Nos vamos, dice Max. Carlita llora, le pide que no se vayan. Max pierde el control. ¡No quiero ver a nadie!, grita, y se lleva a su hija chillando, mientras la gente lo mira con aire reprobatorio.
Buenos Aires, 2008. Mi hija Lola está aburrida. No quiere comprar ropa, dice que no hay ropa de su talla. No quiere ir más al cine, dice que se aburre. No quiere escuchar música en su i touch, no quiere chatear en internet, no quiere bañarse en la piscina, dice que el agua está muy fría. Cuando vamos a comer, tampoco quiere comer, dice que el lomo tiene “venas y telarañas”. Pierdo el control. Le digo que si se aburre de vacaciones conmigo, no volveremos a viajar juntos. Lola se va llorando a su cuarto.
Buenos Aires, 2008. Mis hijas y yo caminamos por una calle de San Isidro bajo el sol ardiente de enero. Les digo que voy a alquilar una casa en playa del Sol. Se indignan. Me dicen que esa playa es fea, horrible, vulgar, que la gente es ruidosa, que en carnavales te tiran huevos y globos con caca. Les digo que entonces no alquilaré ninguna casa. Me dicen: Mucho mejor, contigo nos aburrimos. Pierdo el control. Les digo: Es la última vez que viajamos juntos, el próximo verano se quedarán en Lima. Me dicen: Mucho mejor, en Lima nos divertimos más. Llegando a la casa, llamo a la aerolínea y pido tres asientos a Lima esa noche, pero el vuelo está lleno, no podemos viajar. Pierdo el control. Me voy a dormir sin despedirme de mis hijas. Cuando despierto de madrugada, están durmiendo en mi cama. Las beso sin despertarlas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho la manera en que lo relata ... la manera en q tus padres pierden el control ... los padres de tus seres keridos ... y luego tu como padre. Es curioso xq cuando tus padres pierden el control contigo juras q jamas lo harias con tus hijos pero derrepente es algo q ... no puedes evitar?