19/3/08

GRITOS EN LA AUTOPISTA

El escenario de la pelea familiar a punto de estallar es un auto japonés, automático, cuatro puertas, que avanza a ciento cuarenta kilómetros por hora en la ruta de Mar del Plata a Buenos Aires, un jueves por la tarde, con Martín al timón. Su madre, Inés, está sentada a su lado. Atrás va Cristina, la hermana mayor de Martín. Los tres han pasado una semana de vacaciones en Mar del Plata y tal vez ya están cansados de verse las caras tan a menudo, como están agotados por el viaje de cuatro o cinco horas en auto. Como suele ocurrir con los viajes familiares, cada uno está pensando (pero no lo dice) que a la familia es más arduo quererla cuando se la ve todos los días y que la mejor manera de llevarse bien con ella es tomándose vacaciones no para verla a toda hora sino para alejarse de ella. Estas cosas, claro está, se piensan, si acaso, pero no se dicen.
Sin reparar en que el curso que ha tomado en la conversación es uno de colisión con su hermano al volante, Cristina dice:
-No es justo que mamá no le preste el auto a papá los fines de semana.
Inés, su madre, permanece en silencio, extrañando a su perra Lulú, que ha quedado sola en el departamento. No hace mucho, Enrique, su esposo de toda la vida, la dejó. Inés lloró días enteros, pensó que era una tragedia inexplicable, se hundió en una depresión. Pero luego, sorprendentemente, las cosas empezaron a cambiar: compró a la perra Lulú y encontró en ella una compañía más amorosa, serena y leal que la de su marido de treinta años, se mudó a un departamento que Martín le regaló para que dejara atrás los malos recuerdos, se sintió más libre y despreocupada y, para su sorpresa, empezó a darse cuenta de que la ausencia de Enrique, lejos de abatirla, podía resultar propicia para su felicidad. Por eso, cuando Enrique le hizo saber que le gustaría usar el auto los fines de semana, ella se negó a dárselo.
-El auto es de mamá –dice Martín, conduciendo a una velocidad imprudente–. No tiene por qué prestárselo.
Cristina, que se lleva mejor con su padre que Martín, y que en las discusiones familiares suele tomar partido por su padre, al tiempo que Martín defiende a su madre en cualquier caso, dice en tono airado, seguramente harta de tantas horas de ver a su hermano en el hotel de Mar del Plata, en el club de playa y ahora en el auto:
-El auto de mamá también es mío. Yo puse parte de la plata para comprarlo. Tengo derecho a usarlo. Y tengo derecho a prestárselo a papá.
Cristina es una abogada brillante y conoce bien sus derechos. Siempre fue la más estudiosa de la familia, la promesa académica, la que mejores notas obtenía en el colegio y la universidad. Martín, no siendo tan estudioso, se las ha ingeniado, sin embargo, para hacer más dinero que su hermana por vías no convencionales (pero dentro de la ley), gracias a su audacia y su ingenio. Ese hecho no menor, que ella haya estudiado más y que él, a pesar de eso, tenga más dinero, es algo que probablemente irrita a Cristina, aunque estas cosas tampoco se dicen.
-No digas boludeces –se ofusca Martín–. El auto es de mamá. Lo pagó con su plata.
-Yo también puse plata –protesta Cristina.
-Nadie te obligó –dice Martín–. Y ahora el auto es de ella. Y si mamá no quiere prestarle el auto a papá, me parece muy bien. ¿Con qué cara el tarado le pide el auto si la dejó?
-No hables mal de papá –dice Cristina–. La dejó porque está deprimido.
-No –dice Martín–. La dejó porque es un egoísta. Desde que Joaquín se separó de su esposa, siempre se preocupó por darle plata, nunca la abandonó.
Inés va en silencio, se abstiene de intervenir, pero naturalmente está de acuerdo con su hijo. Más que la separación, lo que le duele es el modo en que Enrique la dejó, la crueldad con la que ejecutó la operación de irse con el dinero y dejarla a su suerte.
-Claro, tu noviecito es perfecto porque es gay –se burla Cristina–. Vos también sos perfecto porque sos gay, –continúa, reforzando las sospechas que Martín siempre ha tenido: que su hermana es homofóbica–. En cambio papá es malo porque no es gay.
-Me da igual –dice Martín–. Yo no quiero verlo más. Pero el auto es de mamá, no tuyo.
-En parte es mío –levanta la voz Cristina–. Yo puse plata para comprarlo.
-No hablemos de plata, por favor –dice Martín–. Si vamos a hablar de plata, yo acabo de comprarle un departamento a mamá para que pueda rehacer su vida y vos no pusiste ni un mango.
-¿Con tu plata? –pregunta Cristina–. ¿O con la plata de tu noviecito?
-Cristina, por favor –protesta Inés, que tiene cariño por Joaquín, el novio de su hijo.
-Lo compré con mi plata –dice Martín–. Y si lo hubiera comprado con plata de Joaquín, ¿a vos qué carajo te importa? ¿Por qué tenés que burlarte de él?
-Porque es un aparato –dice Cristina–. Y porque vos te hacés la estrella de la familia y criticás a papá, pero sos un mantenido que vivís de tu noviecito.
-Gorda de mierda –se exalta Martín–. No te permito que me hables así en mi auto.
-Te duele por que es verdad –grita Cristina–. Sos un mantenido. Tenés más guita que yo, pero yo laburo.
-Yo también laburo, gorda boluda –grita M artín–. Laburo todos los días.
-Con tu novio.
-Sí, con Joaquín, ¿y qué tiene de malo trabajar con él? Somos un equipo.
-Un equipo, claro. Dejá de joder.
-Y vos, ¿qué? ¿Acaso no trabajás con el tío Pepe? ¿No has trabajado toda tu vida en el estudio de Pepe porque él te llevó allí?
-Porque es el estudio de la familia y porque soy abogada recibida, no como vos que no terminaste la universidad. Yo no vivo de mi noviecito.
-Porque no tenés novio ni nunca vas a tenerlo –grita Martín–. Porque sos una gorda insoportable. Por eso me tenés envidia, porque yo tengo un novio que me ama y vos estás sola.
-Puto de mierda, ¿qué sabés vos de mi vida amorosa? -grita Cristina.
-Lo que sé es que no te cogés ni a una foca –grita Martín.
Inés llora en silencio y se lamenta de haber dejado sola a su perra Lulú, que la quiere sin peleas, gritos ni reproches.
-Y vos te cogés a quién: a un peruano ridículo que te lleva como veinte años y que es una víbora que cuenta las intimidades de la familia –dice Cristina.
Martín frena bruscamente y grita:
-Bajá ahora mismo de mi auto.
-Martín, por favor –interviene su madre.
-Bajá -grita Martín.
-Andá a cagar –grita Cristina, abre la puerta y baja.
-No quiero verte más –le dice Martín.
Cristina se queda llorando al pie de la autopista. Martín acelera.
-¿Qué se ha creído esta gorda para hablarme así? –dice.
Inés piensa: No vuelvo más a Mar del Plata con mis hijos, las mejores vacaciones son quedarme en casa con Lulú.
Martín piensa: No aguanto más a esta familia de locos, me voy a Miami.
Cristina piensa: Dejé mi cartera en el auto, ¿y ahora cómo llego a casa?
Siete kilómetros más allá, Martín regresa a buscar a su hermana.

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