21/7/08

LA FURIA DEL ACTOR

El actor me escribe, sorprendiéndome: Hola,
(Me sorprende la coma, que sugiere que escribió algo que luego borró o quiso escribir y reprimió. Es en todo caso una coma prometedora).
Respondo: ¿Cómo estás?
Me escribe: No bien,
(De nuevo, la coma me intriga, pues al parecer delata cierta angustia o desasosiego, unas ganas de decir algo que quedan frustradas).
Le escribo: ¿Por qué? ¿Puedo ayudar en algo?
Me pregunta: ¿Quién sabe de esto?
Le escribo: Tú, Martín y yo. Martín es mi chico y lo amo.
Me escribe: Dame tu número.
Le escribo: No me gusta que me den órdenes. Las cosas se piden bonito.
Me escribe: No entiendo, no te he hablado mal, ¿o sí?
Le escribo: Me dices: dame tu número. Suena un poco duro. Podrías decir: ¿te puedo llamar? El sábado estaré en Lima. Si te provoca, nos vemos en algún lugar discreto.
Vuelvo a escribirle: No sé por qué pienso que podríamos haber sido muy felices juntos y me da pena que no fuese así.
Me escribe: No creo que nos podamos ver, tal vez será en otro tiempo.
(Lo que más me duele es que diga “en otro tiempo”. Pudo decir “más adelante” o “en un tiempito”, pero “en otro tiempo” suena a en otra vida, a nunca).
Resignado, le escribo: Suerte entonces, que todo vaya bien.
Educado, se despide: Gracias, a ti también.
Le escribo: Estoy en Lima, qué pena no verte. Sales lindo en Somos.
A despecho de mi orgullo, insisto: ¿No piensas venir a Miami o ir a Buenos Aires? Me encantaría verte.
Le escribo, sin exagerar: Desperté soñando contigo. Habías venido a mi casa con una chica que era tu novia. La chica se llamaba Kanta y me saludaba con cariño. Luego tú me dabas un beso en la mejilla y me regalabas una camisa marrón.
Por fin me escribe: He conocido a una chica, pero no sé.
Le escribo: Me pasa igual. Conozco chicas lindas, me acuesto con ellas, pero no puedo enamorarme de una mujer. Voy el fin de semana a Lima, veámonos, la vida se pasa y no nos veremos nunca y sería una pena.
Le escribo: Estoy en Lima. Te quiero aunque no me creas.
Me escribe: No confío en ti.
Le escribo: Yo tampoco confío en mí. Tampoco confío en ti. Nadie confía en nadie. Y no exageres el papel de víctima. Un escritor escribe lo que tiene que escribir y tú fuiste mi primer hombre y todo lo que escribí evocando ese momento inolvidable lo hice con amor y ternura. Si te molestó, fue por las malas razones, por miedo o vergüenza. Yo siempre sentiré orgullo de que fueras mi primer hombre y de que me gusten los hombres. No lo escondo y soy feliz así. Y creo que decir “es mi vida privada y de eso no hablo” es una salida cobarde. Entiendo que no confíes en mí y haces bien. Yo soy un escritor y lo seré hasta la última puta palabra que escriba, así como tú eres un actor y lo serás incluso cuando se te caigan los dientes.
Me escribe: Esta vez sí te inspirastes (sic). Fuera de todo, tengo que proteger a mi hijo. Lo hago por él, sólo por él.
Le escribo: Te entiendo. Da miedo. Pero no lo estás protegiendo, lo estás haciendo más vulnerable. Yo sé que lo amas. Yo también amo a mis hijas. Pero lo mejor es que sepa quién eres de verdad y que se lo digas tú. Cuando yo les conté a mis hijas se cagaron de risa y les dio igual porque saben que las amo, eso es lo único que les importa, no con quién tiro o no tiro. El problema de escondérselo es que tal vez algún día alguien le diga a tu hijo lo que tú no tuviste el valor de decirle y llegar tarde no sería bueno. Mi consejo es que no tengas miedo de decírselo porque no es una cosa mala. Él te amará siempre y mucho más si eres franco y le muestras tus debilidades. Mis hijas saben que estuvimos juntos y conocen a Martín y lo quieren y no tienen complejos y en el colegio sus amigas me adoran. En cambio esconderlo trae todo un manto de culpa que al final le da al asunto un aire de maldad o perversión. Porque, mira, si a un heterosexual famoso le preguntan si le gustan las mujeres, jamás diría: “es mi vida privada, de eso no hablo”.
Me escribe: Lo que me jodió es que tuvistes (sic) que hablar. Carajo, si quieres habla de tu vida, pero no de los demás, al resto déjalo tranquilo. Tú quieres tirarte del avión, hazlo solo pero no conmigo. Jamás le diré a mi hijo esta mierda.
Le escribo: Creo que te equivocas. Porque “esta mierda” es tu vida, tu pasado. Y si te avergüenzas de eso, haces mal. Y me temo que tu hijo lo sabrá igual, aunque quieras ocultárselo. En cuanto a mi derecho a hablar, de nuevo te equivocas. Primero, porque un escritor tiene derecho a contar su vida, en ficción o directamente en memorias, y al contarla, contar sus amores, y que tú fueras mi primer hombre no es ni será nunca una cosa menor. Segundo, porque nunca conté nada de manera vulgar o hiriente hacia ti, si te hirió fue porque no tienes el valor de aceptar la verdad y ahora la llamas “una mierda”. Y tercero, aun si no fuera escritor, no puedes exigirles a todos tus amantes hombres (que, como bien sabes, no han sido pocos) que por el resto de sus vidas guarden secreto absoluto de ti sólo porque no quieres salir del clóset. La metáfora del avión no es exacta. Más exacto sería decir que tú decidiste quedarte en clóset y quieres que todos tus amantes nos quedemos en el clóset en solidaridad contigo.
Me escribe: Tú crees que eres feliz así. Yo no lo creo. Porque te dieron un espacio y la gente se caga de risa de cada tontería que hablas, ya crees que eso es la felicidad. Estás loco, no sé qué parte de la vida no la haz (sic) vivido, pero no sabes nada todabia (sic). No me gusta tu programa y lo sabes bien, ¿y? Esta chica es linda, pero no sé, hay algo que le falta...
(Esa última confesión me hace gracia y me hace pensar en una frase que escribí en mi primera novela: “Tener sexo con una mujer es como comer comida vegetariana: sientes que te falta un pedazo de carne”).
Le escribo: Eres cómico. No soy feliz, pero soy razonablemente feliz porque vivo solo y tengo dos hijas que me aman y no tengo que ocultarles que me gustan los hombres y porque me llevo bien con la madre de mis hijas y porque tengo un chico al que amo y eso me basta para ser medianamente feliz. También soy feliz porque soñaba con ser un escritor y me atreví y publiqué varias novelas que han ganado algunos premios y han sido traducidas a varios idiomas (incluyendo el mandarín, imagínate) y me han hecho ganar bastante plata, pero sobre todo el orgullo de haber escrito las cosas que me salieron de los cojones. No soy feliz únicamente por el programa, como dices, pero también me hace feliz tener un programa en Miami y otro en Lima donde tengo absoluta libertad creativa para decir lo que me da la gana. Y “todavía” se escribe todavía con v chica, no “todabia” con b grande y sin acento. Y “has vivido” se escribe “has” no “haz”. Y si mi programa te parece “una basura” como dijiste en televisión y lo que viviste conmigo, “una mierda”, ¿por qué pierdes tu tiempo escribiéndome? Sigue disfrutando de tu apasionante vida en el clóset.
Me escribe: Lo siento.
Le escribo: Todo bien. Sólo quiero que sepas que algún día me gustaría darte un abrazo antes de que nos vayamos de acá.

1 comentario:

Unknown dijo...

La vida del ser humano es muy rara, tenemos lo que queremos, a veces, otras tenemos lo que no queremos,casi siempre, y otras lo que realmente queremos no lo tenemos es como un juego de la vida contra el ser humano o tal vez nuestra infinita inconformidad...En todo caso que rico que hallas vuelto a escribir y que no le ocultes nada a nadie, la transparencia de nuestra alma en cualquier caso es lo que realmente importa. Bss.