21/7/08

MI VIDA INTERIOR

Le pregunto a Lola, mi hija menor, qué quiere que le regale por su cumpleaños. Me dice: Euros. Sorprendido, le pregunto: ¿No prefieres dólares? Me dice: No, cien euros son ciento sesenta dólares, prefiero euros.
Le pregunto a Camila, mi hija mayor, si quiere leer los dos primeros capítulos de la novela que estoy escribiendo. Me dice: No, gracias, no me interesa, además tengo un montón de tareas. Le pregunto si puedo usar su nombre en la novela o si prefiere que le cambie de nombre. Me dice: Me da igual, ponme el nombre que quieras, igual nadie lee tus libros, papi.
Le pregunto a Sofía, la madre de mis hijas, si se ha quedado con ganas de tener un hijo. Me dice que sí, que le encantaría. Le digo que todavía es joven, que apenas tiene cuarenta años, que podría tenerlo. Me dice que no ha encontrado al hombre adecuado, que dependerá de la suerte, del destino. Le digo: Si no encuentras al hombre adecuado, siempre puedes usarme a mí. Me dice: Gracias, pero creo que prefiero adoptar.
Le pregunto a Martín cómo fue el vuelo de regreso de Madrid a Buenos Aires. Me dice que fue horrible, que había muchos niños que lloraban, que no pudo dormir, que su madre y él no hablaron una palabra en las doce horas y media de vuelo. Le pregunto por qué se peleó con su madre. Me dice que después de tres semanas de viajar con ella, ya no la aguantaba más y que apenas entraron al avión y se sentaron, él se puso su iPod y ella se lo quitó para decirle algo sin importancia y él se molestó y le dijo: No me hables en todo el vuelo, no te soporto más, sos una soberbia. Su madre le respondió: Y vos sos un neurótico, no sé cómo Jaime te aguanta. No hablaron en todo el vuelo, no hablaron mientras esperaban las maletas en Ezeiza (y las maletas tardaron casi una hora en aparecer), no hablaron en el taxi de regreso a casa (y había bastante tráfico en la general Paz). Llegando al edificio de su madre, Martín dejó las maletas en la puerta del ascensor y se fue sin darle un beso. Su madre le preguntó: ¿No vas a ayudarme a subir las valijas? Martín le dijo: No me jodas, me estoy meando, me voy a casa. Le pregunto si se arrepiente de haber viajado con su madre a Europa. Me dice: No me arrepiento, tenía que hacerlo, pero ni loco viajo con ella nunca más.
Le pregunto a mi madre si algunos de mis hermanos siguen molestos con ella porque salió en mi programa de televisión. Me dice: Sí, amor, siguen molestos, ni siquiera me saludaron por el día de la madre. Le digo que no entiendo por qué están molestos si nadie hizo nada contra ellos ni habló mal de ellos. Me dice: Es que dicen que una señora de mi posición social no puede salir en la televisión, dicen que es una cosa de mal gusto, que tu programa es más para la gente del espectáculo, de la farándula, no para una señora bien, de su casa. Le digo que no entiendo a mis hermanos. Me dice: En el fondo siguen molestos porque no vendí mis acciones cuando ellos me dijeron y por eso dejamos de ganar plata. Le pregunto: ¿Cuánto dejaste de ganar? Me dice: No sé bien, pero creo que más de un millón de dólares. Le pregunto: ¿Y ya vendiste por fin? Me dice: No, no he vendido nada. Le digo: Pero siguen bajando, mamá. Me dice: Sí, siguen bajando y tus hermanos sufren por eso. Le pregunto: ¿Y cuándo piensas vender? Me dice: Cuando Dios quiera, amor. Le pregunto: ¿Dios es tu agente de bolsa? Me dice: Sí, y Él me dará una señal. Me río. Ella dice: Ya verás que volverán a subir y que ganaré más de lo que perdí por no vender cuando me dijeron, Dios no me falla nunca y San José María tampoco.
La señora cubana de la peluquería de Key Biscayne me dice: Chico, yo no sé por qué al mar que hay entre Miami y La Habana le dicen El Estrecho de la Florida. Yo me vine en balsa hace años y te digo una cosa: ¡Ese mar de estrecho no tiene nada! Cuando estás allí en la balsa, es una inmensidad que no se acaba nunca, es muy sumamente ancho ese mar, no se ve ni dónde termina. ¡Qué va a ser estrecho eso, chico! ¡Yo no entiendo por qué le siguen llamando estrecho!
La cajera de la peluquería me dice que está enamorada de un cantante famoso. Le digo que ese cantante no tiene interés en las mujeres, que no se haga ilusiones. Me dice que ella está segura de que el cantante es bien macho. Le digo: No estés tan segura, no creo que le gusten las mujeres. La cajera me dice: A mí me gustan bien machos, me gustan los militares, los uniformados. Le pregunto: ¿Te gusta que te peguen? Me dice: Sí, me encanta, me gusta que me den fuerte, me gusta que me cojan como el toro se coge a la vaca. Me río. Le digo: Qué raro que te guste ese cantante, no parece un toro. Me dice: Tú tampoco y tú también me gustas.
La señora que me corta las uñas de los pies me dice: No te va a doler. Es mentira, me duele mucho, me quejo. Le digo: Esto duele más que el sexo. No se ríe. Me dice: No sé, chico, tú sabrás. Se hace un silencio. Luego me dice: Me encantó la entrevista que le hiciste a tu madre, pero no me gusta que hables de tu vida privada en televisión. Le digo: Comprendo.
Le pregunto a Sofía si sabe lo que tiene que hacer cuando me muera. Me dice: No, ¿qué quieres que haga? Le digo: Quiero que me incineren y luego quiero que tiren las cenizas a la piscina de la casa de mi madre y después quiero que mi madre y mis hermanos se metan a la piscina y si hay un cura del Opus dando vueltas por ahí, que se meta también. Me dice: No es gracioso. Le digo: Yo sé, pero eso es lo que quiero.
Le pregunto a Sofía si sabe cómo debe repartirse mi patrimonio cuando me muera. Me dice: ¿No habías escrito un testamento nuevo con tu abogado? Le digo: Sí, pero es bueno que lo sepas de todos modos. Me dice: Dime. Le digo: 30 por ciento para Camila, 30 por ciento para Lola, 20 para ti, 20 para Martín y el resto para tu madre. Me dice: No es gracioso. Le digo: Yo sé, pero así está escrito en mi testamento.
Le pregunto si sabe lo que tiene que hacer con mi ropa interior cuando me muera. Me dice: ¿Con tu ropa interior? Le digo: Sí, con mi ropa interior. La mandas al Opus Dei como prueba de que tuve vida interior.
Le pregunto si recuerda lo que debe decir mi epitafio en caso de que no me incineren sino que me entierren, que es lo que ella y mis hijas prefieren. Me dice: ¿Qué quieres que diga tu epitafio, gordi? Le digo: “Supo dar y recibir”. Se ríe. Le digo: Y debajo, un añadido en letras más pequeñas: “Y es cierto que goza más el que da”. No se ríe.

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